Por Carlos País Lorenzo
El último artículo que escribo sobre papel para este magazine que nos ha acompañado durante tanto tiempo, lo quisiera dedicar a algo que cada año acontece, ya bien sea en nuestra isla o en las vecinas, que también, sin lugar a dudas, son Nuestra Tierra. Y sí, ya he escrito sobre esto en años anteriores, pero queriendo recordar a quién quizás no tenga tanta memoria, o por despreocupación se despisten de la época tan calurosa, seca y con falta de agua que estamos viviendo, la amenaza del fuego, de los incendios, está más cerca que nunca. Más cerca que nunca por la cantidad de biocombustible del que hacen acopio nuestros montes que cada vez se limpian menos, pues hace mucho tiempo atrás, hace muchas décadas, sí, habían menos casas, sí, la zona rural era más extensa y abundante, pero también es cierto que no teníamos tantos sitios donde ir a comprar y todas ellas eran cultivadas y bien aprovechadas.
En ocasiones eran las huertas familiares, que estaban limpias por esta época para la siembra de la verdura, hortalizas, tubérculos y una variedad de alimentos que hacían un vergel los alrededores de los hogares, limpios de maleza, rastrojos o troncos de la poda hecha, para que los frutales, antes abundantes, cuidados y valorados, hicieran entretenidas las tardes de quién compartía con la familia una frugal merienda mientras recolectaban y antes de que todo madurase y se perdiera, se convertían con la magia de nuestras abuelas en mermeladas, licores o postres, de los que todos daban buena cuenta. El monte alto andaba limpio por el ganado que el encargado de cada familia cuidaba y llevaba a pastar, haciendo que toda rama baja, las tederas, el hinojo, tagasastes o gacias, fueran limpias por las cabras u ovejas, y las que no, en muchos sitios se cortaban o segaban, y se dejaban secar para hacer pacas de pasto seco, guardarlo y tenerlo en épocas que quizás no abundase tanto, o en invierno, sino se podía por muchas aguas tener el comedío, como se decía antaño, del ganado que nos daba leche, queso y carne... hay qué poco agradecidos somos algunos que esos tiempos no vivimos.
Y para terminar, como no existía la bombona de gas, ni la vitro, en sitios ni la electricidad, había que ir a cortar y preparar la leña durante la sequía para que cuando llegase el otoño con sus aguas y el invierno con su frío, tener con qué encender lumbre para cocinar, ahumar queso, calentarnos después de un duro día de trabajo a la intemperie, hablando y compartiendo vivencias, historias y la lejana sabiduría... lo que las tecnologías, como móviles, ordenadores, consolas de vídeojuegos o plataformas de series y películas, consiguieron desvirtuar, alejando en muchos casos a personas y familias; no hay más que ver en la calle, como gente que se sienta en una misma mesa, a veces hasta de quién tienen en frente se olvidan.
Todo esto para decirles que no tiren colillas, no hagan fuegos, tengan cuidado con nuestros montes, con La Caldera, con el paraíso que nos fue prestado, para que en un futuro nuestra descendencia pueda hablar de nosotros como un pueblo que amaba bien a su Querida Tierra, esa con la que muchos quieren negociar. Para tener en esta isla turismo de calidad tenemos que aprender mucho de Nuestra Isla y las grandes oportunidades que tiene sin tenerla que transformar.