¿Una golosina y natural?, ¡Sí!
Por Carlos Lorenzo Pais · La Higuera (Ficus Carica) hace ya muchísimo tiempo que nos acompaña en nuestra isla. Según las crónicas de los primeros exploradores que llegaron al archipiélago, ya los antiguos pobladores consumían sus frutos, siendo estos parte de su dieta cotidiana. Las podemos encontrar en medianías la mayoría de veces aunque, gracias a su gran adaptación al medio, a su dureza y su fuerza para aguantar y sobrevivir a grandes sequías y climas extremos, pueden prosperar en otras zonas.
A partir de los meses de mayo/junio empiezan a florecer, convirtiéndose poco a poco sus flores o yemas en higos que estarán listos y maduros para comer o recolectar en los meses de julio/agosto, dependiendo del clima de ese año. Llegado este momento, antaño se recogían para su consumo, bien de forma inmediata (ummm, que rico un higo tierno), o como se hacía con la mayoría de ellos, para secar y conservar durante el resto del año, lo que denominamos aún hoy higos secos, siendo una fuente nutricional muy importante, y un recurso muy apreciado cuando llegaba el invierno, sirviendo también como moneda de cambio con vecinos de otros barrios, para conseguir otros recursos, como podían ser alimentos (papas, coles, pescado, etc.) o herramientas y utensilios para el hogar, bien cestería artesanal o aperos para el trabajo.
¿Sus propiedades? – Contienen azúcares naturales, fibra y minerales básicos e indispensables como potasio, calcio, magnesio, hierro y cobre. Muy ricos en vitaminas A y K que son antioxidantes. Contribuyen a regular tanto los niveles de colesterol y glucosa en la sangre como a un buen tránsito intestinal. ¿Qué más se puede pedir? Así, que si sabes donde están o tienes una higuera en tu jardín o terreno, no te despistes. Si no te das prisa, las grajas, cuervos, mirlos, o el propio vecino, se los comerán y los disfrutarán por ti.